El desarrollo de un proceso de trabajo en equipo estará siempre condicionado por las características específicas del grupo implicado. De todos modos, es posible identificar algunos condicionantes genéricos:
La experiencia del equipo. Si se está formando, o si lo que se busca es iniciar una nueva etapa, o “provocar” un cambio en su situación actual, etc., el estilo de “gestión” del proceso tendrá que tener en cuenta su trayectoria previa; como es obvio.
Así, es recomendable “valorar” la situación del grupo y su “nivel” de “madurez” como tal; los valores, las prácticas y los “hitos” históricos y actuales que marcan su forma de entenderse a sí mismo y su entorno. Alguno de estos “hitos” pueden ser “instrumentos” válidos para ser “trabajados”, iniciando un “avance” del equipo.
El grado de “diversidad” presente en el grupo. La diversidad es, por regla general, enriquecedora, y genera potencialidades; pero requiere también de una “gestión” que facilite su integración y coordinación efectiva.
El entorno. Es una obviedad necesaria incidir en que el entorno en el que se inserta el grupo influirá de forma determinante en el mismo.
El tamaño del grupo. El tamaño es un condicionante central; la complejidad potencial del proceso aumenta a medida que aumenta el número de personas implicadas. Lo importante es saber que existen estrategias y técnicas que permiten y aprovechan esta complejidad.
Lo que lo aglutina. El trabajo en equipo requiere de una visión, una idea fuerza, un objetivo compartido; una referencia que da al grupo su razón de ser y le empuja en su proceso.
Nivel de experiencia en “dinámica grupal”. Es otra obviedad necesaria incidir en que será más fácil realizar un trabajo efectivo en equipo cuando en el mismo estén presentes personas que tengan ya experiencia y capacidad de trabajo en equipo.
Jorge Fente
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