En un post anterior hablábamos del “trabajo en equipo” como la situación en la que un grupo de personas se implica y actúa en un marco de cohesión y colaboración intensa; para desarrollar un trabajo y alcanzar unas metas compartidas.
Es lógico pensar que esta situación “ideal” no se da espontáneamente; sino que es el resultado de un proceso de integración, en el que el grupo va desarrollando gradualmente sus capacidades para operar en estos términos.
Es por esto que, en la práctica, se podría hablar de que el trabajo en equipo es una cuestión de grado; siempre se puede aspirar a ser mejor equipo, siempre hay que trabajar para mantener las capacidades adquiridas.
En la práctica, el proceso de interacción de un grupo de trabajo no sigue una pauta “natural” o “lineal” de integración; es más bien un proceso complejo y “reflexivo”.
Al igual que las personas que los forman, los grupos comparten, en mayor o menor medida, percepciones, sentimientos, actitudes, comportamientos, etc.; que varían según los distintos “momentos” por los que pasa a lo largo de su existencia. Por ejemplo, que no es lo mismo un grupo que acaba de formarse que otro que lleva ya un tiempo en acción.
En cualquier caso, las personas no trabajan en equipo por el mero hecho de formar parte de un equipo. Es necesario que compartan y desarrollen una serie de referencias, mecanismos, habilidades...
Así entendido, el trabajo en equipo es, además de un instrumento para alcanzar unos resultados, un objetivo en si mismo.
Es en este sentido que podemos hablar del proceso de construcción de un equipo en términos de diseño; en la medida en la que sea pensado, pactado, planificado y guiado explícitamente con este objetivo.
Aunque el resultado final de este proceso, obviamente, no esté tampoco garantizado por responder a un diseño, si podemos pensar que tendrá más posibilidades y resultados.
Por su relevancia, destacaremos dos reflexiones a tener en cuenta a este respecto:
Es lógico pensar que esta situación “ideal” no se da espontáneamente; sino que es el resultado de un proceso de integración, en el que el grupo va desarrollando gradualmente sus capacidades para operar en estos términos.
Es por esto que, en la práctica, se podría hablar de que el trabajo en equipo es una cuestión de grado; siempre se puede aspirar a ser mejor equipo, siempre hay que trabajar para mantener las capacidades adquiridas.
En la práctica, el proceso de interacción de un grupo de trabajo no sigue una pauta “natural” o “lineal” de integración; es más bien un proceso complejo y “reflexivo”.
Al igual que las personas que los forman, los grupos comparten, en mayor o menor medida, percepciones, sentimientos, actitudes, comportamientos, etc.; que varían según los distintos “momentos” por los que pasa a lo largo de su existencia. Por ejemplo, que no es lo mismo un grupo que acaba de formarse que otro que lleva ya un tiempo en acción.
En cualquier caso, las personas no trabajan en equipo por el mero hecho de formar parte de un equipo. Es necesario que compartan y desarrollen una serie de referencias, mecanismos, habilidades...
Así entendido, el trabajo en equipo es, además de un instrumento para alcanzar unos resultados, un objetivo en si mismo.
Es en este sentido que podemos hablar del proceso de construcción de un equipo en términos de diseño; en la medida en la que sea pensado, pactado, planificado y guiado explícitamente con este objetivo.
Aunque el resultado final de este proceso, obviamente, no esté tampoco garantizado por responder a un diseño, si podemos pensar que tendrá más posibilidades y resultados.
Por su relevancia, destacaremos dos reflexiones a tener en cuenta a este respecto:
El equipo responde al “estilo” de liderazgo que se le “aplica”. Si lo
que pretendemos es desarrollar un proceso de trabajo en equipo, el estilo de
dirección aplicado al grupo deberá atender tanto a que alcance sus objetivos, como
a que las personas que lo forman se impliquen y participen activamente en este
proceso. El objetivo es ir ganando habilidades de comunicación, capacidades de
trabajo conjunto y cotas de corresponsabilización en la “dirección” del
trabajo.
El equipo desarrolla un aprendizaje a partir de su proceso. A
medida que el equipo va a desarrollando su trabajo, las personas que lo forman
irán “tomando conciencia” de lo que supone trabajar en grupo (desde su propia
vivencia). La puesta en común de esta vivencia, y compartir decisiones a partir
de la misma, hace posible que el equipo “madure” sus capacidades; para que cada
integrante sepa participar en el mismo según lo que convenga en cada momento.
Jorge Fente
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