Empecé
mi vida profesional como actor a los 16 años. Trabajaba en lo que me divertía,
o sea, que aquello no debía de ser un trabajo de verdad porque todo el mundo
sabe que el trabajo es un coñazo y por eso te lo pagan.
Recuerdo
como escribí mis primeros textos teatrales en colaboración con mis compañeros,
reuniones donde todos decíamos lo primero que se nos pasaba por la cabeza sin
miedo a equivocarnos. No sabíamos que era eso del “brainstorming”.
Nos
organizábamos en función de los conocimientos que cada uno teníamos, y cuando
alguien no estaba seguro de algo, pedía una opinión. Ni idea de que era el
“feedback”.
Compartíamos
local con otros grupos de teatro para repartir gastos, nos dejábamos el
material e incluso nos pasábamos información. No teníamos verguenza, así que
enseñábamos por ahí lo que hacíamos y pasábamos la gorra. Que bien nos hubiese
venido saber lo que era el “coworking” y el “crowdfunding”.
Diseñábamos
un espectáculo en función de nuestras posibilidades, nos preguntábamos a qué
público dirigirlo, cómo distribuirlo y cómo lograr un estilo reconocible. A
saber que será eso del “marketing” y el “branding”.
Al
acabar los ensayos, charlábamos en el bar para organizar la función del fin de
semana y le contábamos a todo el mundo en que andábamos metidos por si conocían
algún otro sitio donde llevar nuestras historias. De haber organizado un
“briefing” de vez en cuando o haber potenciado el “networking”, seguro que no
hubiese sido necesario tanto jaleo.
Pero
al cabo de unos años, aquella etapa terminó, tuve que replantearme mi futuro y
hacerme una serie de preguntas que me aportasen pistas para orientarme de nuevo
en la buena dirección. Ojalá hubiese sabido hacerme un “coaching” de esos.
Por
culpa de ejercer una profesión en eterna crisis, me vi en la necesidad de
conocer y entender todos los procesos que tenían lugar en el desarrollo de mi
profesión, cómo funciona la luz, la naturaleza del sonido, la puesta en escena,
las cámaras, etc, etc. No podía pagar por aprender todas esas cosas así que
leí, practiqué y me equivoqué mucho. Y aquí estoy, en la cuarentena y sin un
triste título académico que respalde todo ese conocimiento. Tiempo perdido.
Lástima no saber qué es el “know how”.
Creedme,
es muy duro caer en la cuenta de que has perdido el tiempo contando historias
para todo tipo de públicos en todo tipo de medios y espacios. Hubiese sido
mejor esforzarme un poco más y ser un “storyteller” con capacidades
“multimedia”.
El
caso es que, al final, después de tantos años sumido en la precariedad e
inestabilidad laboral, parece que el mundo me ha alcanzado y la crisis, esa
situación tan natural y asumida por mi profesión, ha llegado para todos. Pero
esta crisis es diferente a la que yo conozco porque ahora existen toda una
serie de herramientas y conocimientos que sirven para salir de esta situación,
para avanzar, o por lo menos para intentarlo y cambiar las cosas.
Cuanto
me queda por aprender. Y yo sin saberlo.
Xaquín Domínguez
Actor y Formador
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